Platón tiene una concepción dualista del ser humano, entre el cuerpo y el alma de manera que habla acerca de un dualismo antropológico. En este caso el cuerpo está en constante cambio, es material y mortal. ES una cárcel para el alma y una fuente constante de apetitos y deseos. Inclinándose por lo tanto a todo aquello material, al mundo sensible.
Por otra parte el alma es inmortal e inmaterial, tiene prioridad sobre el cuerpo y es nuestro “YO” nuestro ser, infundiendo así vida al cuerpo ya que cuando un cuerpo carece de alma este no tiene vida. Esta alma se encuentra entre el mundo sensible e inteligible teniendo una clara tendencia hacia este último.
Las partes irascibles (valentía) y apetitivas (templanza y moderación) son irracionales y están vinculadas con el cuerpo, y el alma representa la parte racional (sabiduría y prudencia). Por tanto la parte racional es aquella que debe de gobernar estas otras dos partes siguiendo así la jerarquía natural, en el momento que no se siga esta jerarquía natural da lugar a injusticias. Sin embargo ¿Qué tiene que ver aquí el alma con la política? Bueno pues es así porque como veremos más adelante las partes de alma tiene mucho que ver con las partes en las que se divide el Estado que propone Platón. Sin embrago como ya hemos estudiado Platón demuestra mediante esta reflexión su descontento con la situación política de su tiempo y la muerte de Sócrates concluye que no todos los ciudadanos son competentes para gobernar. Ya que es necesario poseer o aprender el “arte” de la justicia, y son muy pocas las que la consiguen. Y esto lo muestra muy claramente con el símil de navío cuando afirma: la tripulación inexperta se dedica a la juerga sin tener ni idea de navegación. Hoy día el “timón” del Estado está en manos de individuos de estas características. Que eligen a sus dirigentes por voto.De ahí que en la democracia de su tiempo platón afirme que gobiernan una minoría de políticos y demagogos que abusaban de la incapacidad del pueblo. Educados por los sofistas para alcanzar poder mediante el halago y engaño. El buen gobernante a de adquirir el “arte” de la justicia y del bien, que es el verdadero “arte” de la política.